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Primera gran experiencia como actriz

La primera vez que sentí qué quería ser fue de muy pequeña, no recuerdo la edad exacta ni el momento en que brotó en mí la pasión por dedicarme a ello. Lo que tengo claro es que el hecho de criarme rodeada de artistas generó en mí una curiosidad por la expresión artística.

Cuando era pequeña, las fiestas de los amigos de mis padres eran mucho más que un encuentro de personas con ganas de socializar. Muchas veces nos disfrazamos y como ya sabréis, cuando te disfrazas el personaje te posee y debes comportarte como tal. Había momentos en los que alguien de manera totalmente improvisada se arrancaba con una historia, una idea a modo de semilla a la cual podemos regar con nuestras aportaciones.

Me encantaba el clown y me sigue apasionando. Imaginaros a un grupo de adultos con la imaginación y la fantasía de un niño, que me otorgaban un espacio donde todo valía. Podía ser una princesa (sueño que muchas niñas y niños han tenido), y por un cambio repentino del guión invisible convertirme en una loba capaz de acabar con todos los de la sala. Recuerdo también que llegados a un punto, siempre que teníamos visita en casa, yo ya me preparaba, me gustaba recibir a los amigos de mis padres con las galas propias de una bailarina exótica, o una guerrera de la selva o la vieja guarda llaves.

Pero no solo lo hacía ante el público, como hija única tenía bastante tiempo para que mi cabeza creara mundos imaginarios en los que sumergirme para dejar tiempo a mis padres, ya que la vida adulta requiere de ello. Claro, explícale a una niña que no puedes jugar con ella porque tienes que presentar una factura o aprenderte un guión. Mis padres me invitaban amablemente a jugar sola, y yo, encantada, ya estaba acostumbrada a eso. Aun así, ideé la técnica perfecta para incluir a mamá y papá en mi mundo de juegos.

Consistía en irme al cuarto e inventarme una buena historia que contar, con su creación y presentación de personaje. Su trama o nudo cargado de aventura y misterios y un desenlace interesante, aunque bastante predecible (todos acababan como amigos). Esta función ya me tenía entretenida un buen rato, eso sí, era la hora de darle vida al personaje y para eso ya tenía excusa para volver con papá y mamá.

-Mamá! ¿Qué puedo usar para vestirme? ¿Me puedes alcanzar la caja de telas y disfraces? ¡Ah, se me olvidaba, también necesito las pinturas!

-¡Claro Picho! Ahora te las doy, ¿con esto te sirve?

-Sí mamá, ¡gracias!

-A ver y las pinturas… te dejo estas ¿vale?

-Vale, pero y ¿el pintalabios rojo? Es que lo necesito…

– Está bien, pero ten mucho cuidado, son las que uso para trabajar. Mira, para usarlo, ábrelo con cuidado y colócalo sobre la mesa. El pintalabios, mantenlo suave para que no se rompa.

– Valeee, y cuando termine lo dejo “ordenadito” (claro tenía que hacerle la pelota, me estaba prestando sus herramientas de trabajo, y quería que siguiera dejándomelas para jugar).

Prosigamos. Esta parte me encantaba, ponerme delante del espejo a idear vestuarios con las telas que tenía. Parece mentira las oportunidades que tiene un cacho de tela, lo mismo podía ser una capa, que una falda con una pierna fuera, que un vestido con 7 posiciones diferentes, que un pelo kilométrico a lo Rapunzel. Me gustaba hacerme vestidos raros y como eran las telas para jugar, tenía que usar imperdibles para poder transformarlas en el vestuario requerido una y mil veces. La verdad, agradezco mucho a mis padres la confianza que depositaron en mí y las alas que me dieron.

Una vez tenía todo montado y estaba “makeada”, volvía deprisa y corriendo al salón con ganas de mostrarles el espectáculo. Y con la puerta cerrada les gritaba:

-¿Estáis preparados para la función?

-¡Siiiiiii!, pero una pregunta, ¿lo has ensayado bien?

-No.

-Pues haz un pase general y cuando estés lista lo vemos.

Claro, tenía que ser profesional, y de paso les daba tiempo a que terminaran sus quehaceres sin interrupciones. ¡Que paciencia han tenido!

Una vez hecho el pase general en mi cuarto, con todos mis peluches colocados en batería a modo de público, me precipitaba por el largo pasillo del piso hacia el ansiado salón (o escenario para mi imaginario infantil). Entonces, les pedía a alguno de los dos que me presentara (como una colaboración instantánea), eso sí, después directo/a a la butaca que el espectáculo iba a comenzar.

Y yo feliz de la vida les interpretaba la frikada que se me hubiera ocurrido, recibía mi aplauso y después, obviamente, pedía una crítica constructiva.

Así con todo, porque todo lo que fuera creativo me encantaba: aprenderme una canción, hacer un dibujo, hacer cachivaches con arcilla, etc…

Aunque no solo el juego despertó mi interés por esta profesión, cada vez que mis padres tenían un bolo, era para mí, un gran acontecimiento. Me fascinaba ver a mi madre mientras se maquillaba para un casting o una actuación. Me sentaba en la tapa del WC y le iba pasando el maquillaje y las brochas mientras observaba con atención su manera de enmarcar su rostro, ahumar sus ojos y delinear sus labios. Era una artista y su cara era el lienzo. Y aunque muchas veces era su espacio para concentrarse o repasar el texto, me dejaba estar con ella y eso me hacía sentir especial, como el que observa por una mirilla sin que nadie lo vea.

Acudir a los ensayos también resultaba una fantasía. No siempre podían contratar un/una canguro y aunque me quedaba con amigos o con mi tía, lo que más me gustaba era que alguno de los dos me llevara consigo a un ensayo y rodearme de toda la compañía, ver como cada uno hacía su papel o daba su aportación en las reuniones.

Recuerdo una de las funciones en la que actuaban tanto mi papá como mi mamá, ANIMALSMÚSIC se llamaba, y era como un grupo de personas-animales que cantaban y bailaban, cada uno con las características de movimiento del animal que interpretaban. Fue fascinante poder ver los ensayos y la creación de ese proyecto. Llevaban máscaras hechas a partir de un molde de la cara. Con tiras de yeso enyesaban el molde y de allí creaban la máscara del animal en cuestión con las mismas gasas de yeso y papel maché.

También resultaban curiosos los ejercicios que hacían para encontrar el movimiento del animal. Imaginaos un grupo de actores y actrices moviéndose e interaccionando como animales, era precioso y yo me lo pasaba genial.

Otro de los momentos que me encantaba era cuando mi padre salía a trabajar a las Ramblas, se ha dedicado durante años al oficio de Payaso Callejero, un arte que lamentablemente se está perdiendo, sobre todo en nuestro país. Recuerdo que se vestía con trajes que se había hecho él mismo o que había confeccionado junto a una modista. Tenía un traje chaqueta verde, con una corbata de lineas blancas y negras en diagonal, unos bichos de plástico cosidos en la solapa y como guinda y pieza fundamental un bombín negro como el de Charlie Chaplin. Eso sí, los pantalones corte pirata y los calcetines que sobresalían de sus deportivas bien arriba con su estilo propio. Os podéis imaginar, para una niña de unos 7 años y con lo duras que son las burlas a esa edad, lo que suponía para mí que viniera a buscarme al cole de esa guisa. Me daba vergüenza pero a la vez me hacía sentir muy especial.

Era en esos momentos y cuando acudía a los espectáculos, que me dí cuenta que esa era mi vocación, quería trabajar para mi, para expresarme, para generar ilusión y evocar sentimientos en la gente como había visto a mis padres hacerlo tantas veces.

Anécdotas:

Recuerdo uno de mis primeros castings, o al menos el que más resuena en mi cabeza a día de hoy. Me presenté a la prueba para la película “Cuando los Ángeles Duermen” de Gonzalo Bendala y estaba bastante tranquila teniendo en cuenta lo importante que era para mí, me acompañó a Madrid mi amiga del alma Leila, a la que siempre le digo que es como mi amuleto. Llegamos juntas y me llamaron para exponer mi versión del personaje a partir de la separata que me había estudiado al dedillo. Y no me cogieron para ese papel, pero en el mismo casting dijeron que había otro personaje que encajaba a la perfección con mi propuesta. Gloria fue mi primer personaje y ese día entendí que hay muchos factores que intervienen en que te den un papel, no siempre encajas con el perfil que buscan, pero aún así tu papel puede estar a la vuelta de la esquina.

En el segundo largometraje en el que trabajé me tocó la gran suerte de hacer de hija de José Coronado en la película “Tu Hijo” de Miguel Angel Vivas, en la que también coincidí por segunda vez con Esther Expósito en el reparto. La primera reunión con el director fue brutal, entendí que en el cine se trabaja en equipo y los personajes están vivos. Hubo un día que para mí fue crucial; estábamos ensayando el director y José Coronado (que era mi padre en la ficción), y entré un poco en bloqueo artístico, intenté que no se me notaran los nervios y la presión que me estaba poniendo y pedí salir un momento a tomar el aire. Era de noche y estábamos a 15 minutos de rodar la secuencia más importante para mí en esa película. Salí de la autocaravana y me apoyé en una farola, mirando al cielo, y comprendí que la exigencia sirve hasta cierto punto y que las comparaciones son odiosas. Entonces tomé fuerza y recordé que si estaba allí era porque el papel ya era mío y debía defenderlo de la mejor manera posible, que te puede tocar trabajar con grandes monumentos de la industria pero no por eso tienes que sentirte pequeña, al contrario. Trabajar con grandes actores y actrices es una oportunidad para aprender y salir de tu zona de confort. A partir de ese día, todo lo que me ha pasado me lo he tomado como un aprendizaje. Y resulta muy constructivo.

También hay sombras en el mundo de las estrellas y los focos.

Durante el rodaje de la primera temporada de “El internado: Las Cumbres” llegué a todas las situaciones límite, en varios aspectos. Llevábamos dos semanas de rodaje cuando la pandemia obligó al mundo a encerrarse en casa, aún así luego retomamos el proyecto de una manera muy curiosa. Podría contaros mil y una anécdotas sobre los tres años que he pasado en este proyecto, el cual ha sido para mí un curso universitario de lo que significa trabajar en el cine o la ficción.

Nos metieron a todo el elenco a convivir durante tres meses juntos en un Baserri (casa de campo del País Vasco), en Oiartzun. Rodeados de cabras, ovejas, gallinas y moscas de todo tipo. Era muy gracioso como los ruidos de los animales que colaban en conversaciones muy serias sobre las secuencias a ensayar y le quitaban peso y presión.

Las mañanas de rodaje resultaban curiosas, yo me levantaba de las primeras y hacía zumito de naranja, siempre me ha gustado hacer comida o desayuno para más gente, parecíamos una familia gitana, todos viviendo juntos, con los sentimientos a flor de piel, las expresiones rebosantes y el sentimiento de que “si tocan a unx nos tocan a todxs”. En el rodaje nos apodaron Lxs Peluaga Shore, os podéis imaginar porqué. Comíamos juntxs, estudiabamos y ensayabamos, a veces perturbando la serenidad de los dueños del caserío, con gritos y dinámicas de juego actoral por toda la casa. También montamos una piscina en el jardín y metimos hasta mi perro Kayser, que por supuesto viene siempre a todos mis rodajes, vamos un circo.

Las noches y los días libres eran la oportunidad para aligerar la tensión del rodaje, jugábamos a juego como “El Ladrón, Verdad o Atrevimiento, El Lobo, etc.” O simplemente hablábamos sentados en la mesa como buenos camaradas, llegó un punto que hasta íbamos al baño juntos, pues la confianza supera cualquier pudor.

Un día rodando con Albert Salazar en el bosque de Artikutza, una secuencia muy dramática en la que estábamos buscando a su hermana desaparecida, le tocaba un primerísimo plano y justo antes de dar acción le dije: Albert, Albert mira, ¡TZRRRRRRRRRR! Y me tiré un pedo que resonó por todo el bosque. De ahí la frase “La confianza da asco”, que buen actor es porque a pesar de estar deshecho en risas mantuvo el plano como un campeón.

Aunque no todo son risas, hubo un día que grabando en el mismo bosque a mi me dio un colico nefrítico, estuve nueve horas grabando con un dolor horrible, os juro que los riñones me iban a estallar, además toda la jornada consistió en correr con Carlos Alcaide y huir de Lucas Velasco por el monte, estaba rabiando de dolor. Y cuando nos quedaba una hora de rodaje, porque la última del día ya era con epecialistas, me derrumbé y empecé a llorar. Llevaba con dos secuencias, que cuando explicaban el plano yo estaba agachada junto a un arbol, o sentada en una silla con mantas alrededor de las lumbares y el abdomen. Jesus Rodrígo, el director, me dijo que me tranquilizara, que lo primero era la salud, y yo me sentí fatal, aunque parezca subrealista, porque no llevo muy bien el sentirme frágil, sobretodo en el trabajo. Al día siguiente, el médico no lo podía creer, me dijo: -No entiendo como estás aquí sentada sin doblarte de dolor, con la cantidad de cristales que tienes en la orina.

El orgullo a veces ayuda a mantenerse fuerte, aun así por suerte era fin de semana y podía descansar sin presión.

Por último os voy a compartir una de la anécdotas más subrealistas que he vivido rodando. Estabamos en la primera jornada de trabajo de «Hasta el cielo: La serie», 12 de Febrero de 2022 en París. Teniamos por delante un día de acción, adrenalina y nervios. Empezamos con una persecución por un puente, vi tres veces el circuito que realizaba el especialista y luego me tocaba a mí, estaba extasiada pues me encanta rodar acción e Ignacio Carreño es muy buen especialista e instructor. Fue super divertido conducir en contra dirección por un puente, con seis coches de cara, alejandose a mi paso. Hasta ahí todo bien, luego fuimos a grabar con tráfico abierto y fue toda una experiencia, aunque lo más sorprendente fue cuando bajamos con el Jeep al paseo del Rio Sena, con un coche de ficción de la policia secreta persiguiéndonos y al salir del coche para seguir huyendo a pie, Ramón mi compañero, se torció el tobillo, se mareó y vomitó, uno de los maquinistas (los que montan estructuras como grúas o railes, por donde se mueve la cámara) se rompió la mano, el especialista que conducia el coche de la policia secreta, se olvidó de echar el freno de mano y casi se cae el coche al Sena y todo esto en la misma toma. Tuve suerte de poder correr con los tacones por los adoquines del paseo sin ningún tipo de traspié, vamos lo que faltaba para el primer día.

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